Friday, January 06, 2006

ENCUENTRO


Se desplomó. Y no sólo en su fuero interno. En la hierba, aún mojada a esas horas de la mañana, se veía la vida. En él, no tan fresco como las briznas, a la personificación de la muerte. Enredó sus manos entre su pelo, haciendo una maraña, lo que le provocó que se despeinara su cabello, no muy largo ni muy corto, pero sí espeso.
Estaba pensando a saltos, mezclas, caos. Pero eran fluidos, quizá demasiado para él. Lo mismo le ocurría con las imágenes. Eran diapositivas sin subtítulo ni rótulo que sólo para él tenían significado.
Pasó del pelo a la hierba. Seguía jugando con los dedos, metiéndolos entre la húmeda hierba, sintiendo un alivio momentáneo. Pero no podía dejar escapar su realidad hacia otro lugar, evadirse. El respiro, el instante de alivio, acabó. Volvieron los pensamientos y las imágenes, los tormentos. Y comenzó, sin darse cuenta, a arrancar las hierbas del suelo. Primero poco a poco, con cuidado y de raíz, y más tarde sin mirar y a lo loco, como un perro cuando entierra un hueso.
Bonita palabra la de entierro. Venía muy a tono con la situación. Uno no muere así como así, de la nada. Siempre el que muere sabe que lo hará, pero no cómo ni cuándo. La vida consiste en asimilar que se va a morir. Mientras vivimos preparamos la muerte. No hay nada más seguro que ella, y sin embargo, la tememos y no la aceptamos. Eso era lo que le ocurría a él. Era rebelde en su vida; entonces, ¿cómo no habría de rebelarse contra la muerte? Nadie le calmaba. Ahora oía las palabras del sacerdote en su cabeza. Pero había perdido la Fe hacía ya muchos años. Al menos en Dios. La fe en general nunca. Eso era lo que le había mantenido vivo todo este tiempo, y si no vivo, al menos despierto. Era rebelde, obstinado y estrafalariamente escéptico. Paradojas e ironías de la vida: basta un hecho puntual para que se demuestre lo frágiles que son las palabras, los ideales, las personas en definitiva.
Lejos de aquellos días, hubiéramos conocido a otra persona. Pero ese fue el momento en que yo lo conocí. Recuerdo el día tan oscuro como su pelo enmarañado. La primera vez que le vi fue en ese estado. Despertó mi simpatía al verle arrancar con ese afán y esa furia las hierbas del suelo. Nunca pensé en el motivo, sólo en el hecho. Es de las primeras veces que sentí a la vez alegría por una tristeza. Recuerdo aún la primera conversación qué tuvimos.

-¿Qué quieres?
-Tú me preguntas qué quiero de ti. La respuesta está cerca de esa pregunta.
-No entiendo.
-Claro que sí. Lo que quiero decir es que lo único que quiero de ti es querer de ti.
-No me tomes el pelo. ¿Es que eres homosexual?
-No. No me malinterpretes. Quiero saber de ti.
-Pero, ¿por qué? Tú no me conoces de nada.
-Por eso mismo.
-¿Y si lo que conocieras no te gustara?
-Eso es algo con lo que ya he contado, y por consiguiente, lo he descartado.
-¿Y qué es exactamente lo que quieres saber?
-Cualquier cosa.
-Pues pregunta y yo te responderé o no.
-Prefiero que me cuentes tú las cosas a tu aire, sin preguntar. Es algo más natural, ¿no crees?
-Puede. Pero no sé qué decirte.
-Ése es un buen comienzo.
-Hablas muy raro.
-Eso dicen.

("Encuentro" de Escher)

1 comment:

P said...

buff... como te dije, me he quedao bocas, sin palabras, asombrada.