
Nieva pero sale el sol. O sale el sol pero nieva. Mejor aún, nieva pero es como si hiciera sol.
Regresiones a otros tiempos en que jugaba con la nieve. Y ver cómo cae un copo contra un cristal, se deshace y se convierte en agua me hace ver la vida en su apogeo.
Pero el sol (sí, mi sol) aparece cuando menos me lo espero. Por suerte. Y dan ganas de quemarse los labios de besarle y de darle mil abrazos hasta convertirse en ceniza.
El sol es peor que la luna con las mareas, al menos con mis mareas...me fluctúa de tal forma que ya no sé ni lo que digo y claro, aburro a los pastores y a los soles (en este caso Gran Sol, como aquel topónimo conocido por pescadores).
No, no diré algo tópico y típico: que calienta. No hablaré del invierno ni de las primaveras y verano. Bueno, de este sí, pero de su agonía, tiempo en el que me deslumbró el sol. Y aparece, sobre todo de noche, para decirme...y... y con cada cosa que me cuenta, (o que calla) da luz a las flores, germina los campos, los girasoles no saben a qué sol acudir, la gente despierta, el gallo quería cantar pero enmudece...
Noticias:
"Unas 800 personas quedan atrapadas por la nieve en Badajoz"
"La nieve cae sobre Écija por primera vez después de treinta años "
"Una persona congelada asegura que el sol está brillando ahora mismo en Madrid"
Adivine cuál es la importante de todas...


















Tomoko tiene un coche azul antiguo y unas cortinas de baño que huelen a orín (a orín de orina no de herrumbre, que queda claro) Tomoko ama a los koalas que usan el eucalipto como narcótico. Tomoko no levanta la vista por si todo le da vueltas. Se le entiende aunque dice cosas raras. Arrastra las piernas y lleva sobre la cabeza una doble capucha y un pañuelo. Parece acabado, pero resucita al rato, después de dormir y de no-vomitar más que algo de color difuso. Tomoko habla lento, no se atropellan las palabras, no se come las letras. No piensa con claridad, le cuesta trazar recorridos. No sabe si lo que ocurrió fue soñado o lo que soñó fue ocurrido. Tomoko se duerme sobre sus manos en un banco de la plaza, y oye conversaciones que le hacen mantener la mente un poco clara. No quiere agua en la boca, no entra nada más. Tomoko llama tímidamente a Braulio, entre sinsabores y ácidos que derriten abrigos y zapatillas.











