Thursday, November 24, 2005

La bella durmiente





Vi a la bella durmiente esta mañana. Al sol sobre un banco de piedra. Respiraba con la boca abierta, y se podía percibir que le faltaban algunos dientes. Quizá por eso no sonreía, o quizá porque no esperaba en sus sueños que viniera un príncipe a despertarla.
El banco de granito parecía un sarcófago. La bella durmiente estaba sobre él como en otro tiempo los faraones, rodeada de todas sus posesiones (salvando las distancias en cuanto a riqueza, por supuesto).
Los ronquidos se intercalaban con los rugidos de su estómago. Si no fuera por ello, parecería que es una estatua de piedra, inerte. Porque ella también es del color del granito, y su corazón se había vuelto tan duro como éste. Sus manos callosas sujetaban con fuerza un pedazo de tela que antes debió ser blanca. Era un pañuelo con sus iniciales: BD. ¿Causalidad? Tal vez. Begoña Díaz, por decir algo, temblaba. Del bolsillo de su chaqueta asomaba un paqute de cigarrillos, seguramente empezado.
Allí la dejé cuando paró mi autobús en la marquesina. Aún en marcha, la veía cambiar de postura, como si estuviera en la mejor suite de un hotel de cinco estrellas.

(CUADRO: FERNANDO UREÑA RIB, A bella dormente)

2 comments:

Anonymous said...

Aquella noche viaje a su habitación. Dormía. Me tendí con ella en la cama y la abracé con fuerza. Me dormí pegado a ella, con mi mano abrazandola y mi mano en su tripa. Cuando quedaba un minuto para que despertara me fui de allí, pero una nota debajo de la almohada y mi olor en sus sábanas certificaron mi presencia

Anonymous said...

¡Cuantas veces no nos damos cuenta de lo que tenemos y de las de miles de bellas durmientes que yacen a nuestro lado. Pasamos errantes por el mundo, solitarios en esta gran sociedad de principes