Buscaba un epíteto para su vida.
Decidió mandar un anuncio a un periódico de tirada nacional, con el fin de encontrarlo, pues había probado de todo. Y tras tantas supercherías y trampantojos, pensó que era la mejor solución.
Al poco tiempo la gente mandó sus respuestas:
Energético, churrigueresco, catatónico, catastrófico, autocrítico, peripatético, cariacontecido, empírico, metafísico, trastocado, claustrofóbico, paranoico, rocambolesco...
Pero nadie le conocía. La gente sólo respondía con palabras que sonaran bien. Pero ninguna con sentido.
Dejaron de llegar cartas y perdió la esperanza por encontrar ese epíteto que buscaba con urgencia desmedida. Hasta que un día llegó una carta más gruesa que las demás. La abrió, y encontró una foto de una muchaha.
Sólo tenía un nombre de cuatro letras al dorso. Ni un teléfono ni dirección ni nada.
La muchacha era preciosa, y el építeto aunque corto en cuanto a letras, extenso en cuanto a profundo.
Ese mismo día el anuncio desapareció del periódico.
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