Tuesday, November 01, 2005

AMANECER DE OCTUBRE


Verla amanecer era como contemplar una flor que abre sus pétalos. Desplegaba los brazos del centro hacia fuera, estirándose. Desentumecía el cuello asomando la cabeza; intentando crecer como un tallo enhiesto.
Ahora él se desperezaba solo. Entre unas sábanas vacías que ya no estaban mojadas por su sudor ni olían a su perfume. De pronto, un rayo de luz entró por la ventana y se fue a posar sobre el hueco que él aún conservaba en la cama. Ni aún así aquel sol de finales de octubre pudo llenar su desastrada alma.
La compilación de recuerdos hacía estragos en su estómago. Rugía poderoso, haciendo eco en aquella solitaria casa, ahora indivisible. A pesar de ello, seguía poniendo dos platos, dos vasos, dejaba su hueco en el sofá y en la cama. Compraba su maquillaje y su colonia. Celebraba su cumpleaños y su aniversario y se hacía fotos como si aún fuesen dos.
La amaba aún. Quizá torpemente, sin darse cuenta. Incluso más que antes, cuando creía ser suyo, en aquellos tiempos en que nada le podía preocupar y que era feliz.
No le pudo sacar toda la punta a la vida (cuando lo hacía se le partía) y lo estaba pagando a plazos, como suele ocurrir con el dolor.
Un día de éstos no tan felices, le preguntaron cuál era su mayor virtud y no tuvo nada que responder. Sólo venían defectos a su mente. La saliva y la pila se gastan, la vida, además, se desgasta-pensó.
La misma costumbre se llama Hábito. Y habitó entre ellos. Se volvieron leprosos de sentimientos, insensibles al dolor y también a las caricias. Más allá de todas sus miserias, aún conservaban llagas en la piel, mirada al vacío y lágrimas ocultas.
Pero a pensar de sentirse tan cansados aún les quedaba mucho por recorrer. Eran jóvenes envejecidos. No hacía mucho que las últimas ilusiones decidieron salir volando. Los juegos de amantes eran ya rutina: se volvieron cuadriculados, estudiados, medidos, remedidos, pesados y sopesados. Tanto que ya no se acordaban del nombre que le daban a la improvisación, a hacer el payaso, a ser disparatados.
Y aún dándose cuenta de que todo se había acabado y cómo, aquel día de octubre se planteó una cosa: vivir para encontrarla de nuevo, para decirle que la amaba, que regresase. La extrañaba tanto...

1 comment:

Anonymous said...

El alma es la única que se permite no envejecer. Sin embargo, nosotros la obligamos a disfrazarse de arrugas y canas. La ocultamos debajo de sufrimientos, llantos, dolor y años. ¿Hasta cuándo vamos a temer ser niños? ¿¿ cuándo impediremos que la rutina nos engulla??