Wednesday, September 28, 2005

"QUERÍA VOLAR"

Se asomó desde el balcón del sexto piso de su casa. Y desde allí contempló la ciudad en verano. Aquel verano que acababa de comenzar esa misma noche de junio. La luna se escondía entre nubes grises, dispuesta a arroparse del acuciante calor de la urbe.
En el patio se escuchaban voces de fondo, frases inconexas que reverberaban en las paredes de yeso blancas y se escuchaban como murmullos incandescentes.
Al fondo, en su horizonte visual, su punto de fuga de aquel cuadro, silencio. Luces alineadas perfectamente. Algunas parpadeaban. Intermitentes. Quizá coches.
Quería tener un padre que le dijera: "algún día todo esto será tuyo". Esa frase tan trillada. Quería decirle: "¿por qué algún día? Ya lo es. Todo es mío, pero no sólo mío".
Antenas, cables y parabólicas adornaban la estampa con una geometría tan escuálida que chocaba con el poderío de los edificios sobresalientes, gruesos, de acero y hormigón. Y resulta que por esa raspa de hierro entra un mundo lejano, qué digo uno, miles, millones. Y pensar que por culpa de esa columna robótica las casas han cambiado su forma: han pasado de circo a teatro. Todo por culpa de un objeto de plasma o vaya a saber mañana de qué.
Le gustaba pasar el tiempo allí. Al menos el aire corría y se sentía más libre. Todo lo libre que puede sentirse uno encerrado en un panal cúbico llamado hogar.
Se echó la mano al bolsillo y sacó un paquete de tabaco aplastado y resudado. Tras abrirlo miró a su interior y contempló los escasos cigarros que yacían en el sarcófago de cartón, esperando ser incinerados. Tomó el menos arrugado y se lo puso en los labios. Buscó en los bolsillos el mechero, pero sin obtener resultado. Así que tuvo que volver a entrar en su panal para poder encendérselo. Aquella noche no podía dormir por culpa del calor. Maldito calor, seco o húmedo, qué más daba. Recorrió a oscuras las habitaciones y pasillos para no despertar a nadie (ni al resto de zánganos ni a la abeja reina) tropezando con muebles de toda la vida y sombras recién conocidas.
Al llegar al salón peinó la mesa a tientas en busca del encendedor, que estaba al borde. Al tocarlo lo empujo y éste cayó al suelo. Entonces tuvo que arrodillarse a buscarlo. Tardó un buen rato en encontrarlo entre polvo y pelusas, pero una vez agarrado era difícil que alguien se lo quitase. Llegó a la terraza de nuevo y nada había cambiado. Sólo las nubes se habían movido y la luna, ya sin vergüenza, asomaba valiente dando la cara al calor al mismo tiempo que daba la espalda al sol.
El mechero tenía poco gas y tuvo que hacer varios intentos hasta conseguir su meta. Tan pronto una bocanada de humo inundó sus pulmones, se volvió a sentir libre, lejos de todo, del trabajo, del calor, de la vida, del amor… y a la vez solo.
Sólo libre y sólo solo. Nada más. No sentía ni alegría ni tristeza ni pena ni esperanza.
Seguía consumiéndose el cigarrillo mientras miraba al horizonte, a las luces. Al fondo parpadeaban luces rojas y azules (¿policía aérea? No, un avión seguramente) No se distinguía bien de qué tipo. Sólo subía y subía, sin prisa aparente por llegar a ningún sitio. Desafiando a la luna, al verano, a los inmensos edificios, a las antenas, al silencio vecinal y a él mismo.
El cigarro llegaba a su fin y decidió entrar a apagarlo a la cocina, que era la habitación contigua a la terraza. Al pasar por delante de la nevera sintió sed y se sirvió un vaso de agua helada, después otro y después otro. De pronto, notó que comenzaba a sudar aún más. Antes de volver a la terraza, cogió un bolígrafo de esos de propaganda con imán de la nevera y escribió una nota en mayúsculas, que dejó en la nevera sujeta con un imán de una paellera con su paella en miniatura.
Volvió a la terraza con paso firme y sereno, sudando como nunca. Sus pies descalzos se pegaban a las baldosas. Volvió a mirar al horizonte y el avión había desaparecido.
Se acercó más al borde para mirar a ver si lo veía en la lejanía, pero nada. Entonces tuvo una idea. Se subió a los barrotes con poco equilibrio y en dos tiempos. Oteó el horizonte en busca de "su" avión como había visto hacer en una película de piratas el día anterior. Al no verlo, cerró los ojos y se sintió en el mar. Oía incluso a las gaviotas, la suave brisa acariciaba su torso desnudo y el olor a agua salada se adentraba en sus fosas nasales con fiereza.
Una vez arriba abrió los brazos como si fueran alas, como si estuviera crucificado. Encogió un poco las rodillas para tomar impulso y se lanzó de cabeza al agua fresca donde no se veía el fondo.
En ese mismo momento, una ráfaga de aire entró en la casa por la terraza y correteó hasta la cocina. Jugó con la nota de la nevera como si fuera una hoja seca hasta depositarla en el suelo. Yacía dejando a la vista la cara escrita poco antes, que, con un trazo regular decía:
"SÓLO QUERÍA VOLAR"
Y debajo de esto firmaba con su nombre (sin apellidos ni con su rúbrica habitual, sólo su nombre en mayúsculas) rodeado de plumas.

1 comment:

Anonymous said...

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