Thursday, September 29, 2005

ESA HERIDA

Ella estaba dando una vuelta por el parque, ese antiguo arenal que ahora se había convertido en una megalópolis de columpios de plástico. Recordaba todas las tardes que había pasado allí. Su época dorada. Mientras recordaba en esta playa improvisada se encendió un cigarrillo.
Estaba demasiado sola y meditabunda y sólo tenía ganas de huir adentrándose en sus recuerdos.
Así se apoyó en uno de los pocos árboles que seguían en pie, firmes, pero con marcas de guerra: tantos orines de perro, tantos corazones grabados a su piel como tatuajes…
Sin inmutarse pensó que era el momento de apagar el cigarrillo por el método tradicional: lo tiró al suelo y lo pisó haciendo una especie de twist con el pie derecho. En ese mismo momento fue cuando oyó los gemidos. El susto fue tal que tuvo que taparse la boca con las dos manos para que no se la escapara el alma por aquel orificio. Giró sobre sí misma sobresaltada. Pero pronto cayó en la cuenta de que se encontraba sola y que el grito solamente podía provenir del suelo. Lo primero que se le ocurrió no sin imaginación es que estaba un hombre enterrado bajo sus pies, a unos dos metros. Se inclinó, y, en cuclillas llamó al firme como si de una puerta se tratara. Pero nadie contestó. El único sonido que se percibían eran unos gemidos ahogados, pero por más que intentó contactar por la palabra no halló respuesta, al menos entendible.
Ese fue el momento en que decidió excavar para poder rescatar al hombre (¿o sería mujer?) enterrado. Cavar como cuando era niña. Es cierto que ya no había tantos excrementos de perro, pero tampoco tenía su pala y su cubo. Ni su rastrillo. Por eso buscó un palo por los alrededores con el que ayudarse. Lo primero que hizo fue clavarlo en la tierra, y se hizo un silencio cósmico. Gracias a la rama consiguió achicar (si es que esto se puede) la arena poco a poco. Pero cuando llevaba cavados tan sólo unos centímetros se encontró con algo desagradable. Era sangre. El grito hubiera sacado de su tumba al mismísimo hombre que intentaba rescatar.
Con la cabeza fría (no diremos sangre fría por la sensibilidad del lector) llamó al número de emergencias. Contó lo que ocurría. En pocos minutos llegaron los efectivos, palabra que suele gustar mucho entre la prensa. El primero que llegó fue el médico y creyó que haber sido el ganador de esta mini-carrera le daba derecho a realizar el primero sus pruebas. Así que se tumbó sobre el suelo en postura india sobre los raíles cuando vienen los trenes y auscultó al suelo. Oía latidos, pero tenían poca frecuencia y el pulso era muy débil. Sólo dijo:

-Como no lo desenterremos pronto, este hombre se nos va.
-Ya deben estar a punto de llegar los demás.

Así fue. Los bomberos realizaron el trabajo de exhumación. Removieron tierra aunque no cielo para encontrarlo. Pero sus esfuerzos fueron en vano.
El médico decretó la defunción oficial a las 19:37 porque dejó de oír el latido. Algunos de los curiosos que se habían acercado al lugar oyeron decir de boca del médico que escuchó gritos mientras se removía el suelo y que en un momento dado, cesaron.

9 meses después, sin que nadie se preguntase porqué, florecieron rosales.

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