Wednesday, September 28, 2005

EL RINCÓN DE LOS MONÓLOGOS

Parece mentira que exista un lugar así. El lugar perfecto para los sordos. Donde todo el mundo opina y nadie escucha. Donde la única línea conductora entre pensamientos es la propia inexistencia de esa línea. Donde lo más mundano se convierte en una historia, a la que todos ignoran. Ese lugar en que la ficción es menos que una ilusión, no es arte, y aún menos comunicación. El único lugar en el que los mitos se desmitifican, los ídolos de barro se secan al sol de invierno, la relación se convierte en insustancial, vana, fútil. El lugar donde una conversación pasa a ser una conservación, algo propio, más que la memoria misma. A quién le importa algo que no se puede reproducir, que no se puede repetir, que no se puede copiar, no se puede atacar, no se puede reafirmar, no se puede defender, no se puede meditar, no se puede explicar. Sólo porque no se quiere escuchar.
La opacidad llega a ser insoportable. Una opacidad acústica, por supuesto. Un huracán del pensamiento traducido en palabras. Un non-stop de verbos grandilocuentes, de discursos exacerbados, de paráfrasis rebuscadas, de citas célebres. Un non-stop de idioteces, de sinsentidos, de incoherencia, de laberintos bisbeados, de gramática pérfida.
El interior presume de ser inexpugnable. El interior predica su libertad, su intimidad, sus derechos. El fuero interno se rebela contra el interior, y aún más contra el exterior. Ambos le son ajenos. En el rincón exterior e interior se confunden. Las palabras se escuchan como si fueran ideas, sólo dentro de la cabeza reverberante del individuo. A veces ni eso. El individuo está tan ocupado pensando qué dirá a continuación, que ni el eco de sus pensamientos se acerca a su umbral de percepción.

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