Tuesday, March 28, 2006

LAS VACAS VEN EL TREN PASAR


El prado de aquella región no era como el del cuento de Clarín. Sí que había vacas, pero más de una, que no tenían niños con los que jugar.
Todas se conocían pero se dedicaban a lo que tantas veces hemos dicho: esas tres ces. Sin embargo, la ce del conversar no estaba presente.
Mascaban la hierba como quien come un chicle sin sabor. Todo en silencio, las vacas eran educadas y no hacían ruido sobre el mantel verde.
Aquel día se habían tumbado a la sombra. Si hubieran tenido sombreros de paja, seguro que se los calaban en la cabeza y hasta los ojos. Es que la hora de la siesta es sagrado para estos nobles animales. Casi tanto como el lunes para los tunecinos o como el café para los estudiantes.
Pero como siempre, algo tiene que perturbar la quietud. A veces un telefonazo, pero las vacas no tienen móvil porque no pueden cogerlo con las pezuñas. Así que esta vez tuvo que ser un tren. No un tren cualquiera, uno de las películas antiguas, esos tan negros con muchísimos vagones. Un tren de los años treinta. De los que van echando humo y era llamados ferrocarriles.
Las vacas siguieron mascando la hierba mientras dormitaban plácidamente. ¿Todas? No, una de ellas resiste al efecto de la costumbre y aún se fascina por algo. Pero sólo es fascinación interna. No movió más que los ojos, acompañando al tren mientras se alejaba haciendo ruido.
Al día siguiente a la misma hora, ocurrió lo mismo. Las otras vacas ya ni miraron al oír el ruido del caballodehierro. Pero la vaca diferente no se lo pensó dos veces y comenzó a trotar hacia el tren para llegar a tiempo de meterse en uno de los vagones, justamente el que estaba abierto. Como en las películas, todo está programado para que salga como se prevé.
De modo que el animal hizo un esfuerzo sobrehumano (resulta paradójico usar esa palabra) para saltar dentro del vagón. Al entrar vio un grupo de gentes hacinadas. Todas miraban hacia ningún lado, no hablaban. Ni siquiera se percataron de la presencia del animal, que si no era descomunal, estaba entrado en carnes aún siguiendo la dieta del hierbajo que le recomendó una revista.
Pasaron unos cuantos días encerrados allí sin que nadie dijera nada, ni les dieran alimentos ni bebida. Nadie se miraba. Algunas mujeres daban el pecho a sus hijos. Otros lloraban. Los hombres en silencio, las mujeres consolándose abrazando a sus hijos y los niños rompiéndose los pulmones.
Al bajar del tren, la vaca observó un cartel blanco con unas letras negras: Auschwitz

1 comment:

Lupe Sáez said...

da un poco de miedo...