Wednesday, October 26, 2005

SORDERA


James J. Helling se levantó aquella mañana de lunes a las 6 am. Fue hacia la ducha como un autómata, se desnudó con parsimonia y torpeza. Introdujo un pie en la ducha; después el otro. Aún con los ojos legañosos, giró el grifo del agua caliente. En un instante, millares de gotas golpearon su cuerpo. Ya bajo esa cortina de agua, a tientas, agarró el bote de gel y la esponja.
El agua caía por su cabeza, rodaba por su cara; se adentró en los oídos. Empezó a enjabonarse, miembro a miembro.
Una vez terminó de ducharse, se secó con lentitud. Se vistió con la ropa de calle, tomó el pijama y lo dobló cuidadosamente.
Entonces tomó la toalla, aún mojada, entre las manos y la hizo un ovillo lanzándola al cesto de la ropa sucia.
Desayunó de forma frugal y marchó de casa tomando la gabardina y la cartera una en cada mano. Bajó las escaleras hasta llegar al portal.
Salió al mundo exterior y giró dos calles en dirección a la boca de metro más cercana. Llegó a un semáforo en rojo y esperó sobre la acera antes de cruzar. Un coche pitó porque un peatón quiso ganar tiempo. James lo oyó en la lejanía, a pesar de que sucedió a escasos metros de donde permanecía de pie, con su cartera y su gabardina, que aún seguían en su lugar. El coche volvió a pitar. James se giró hacia el conductor y pudo ver cómo apretaba con furia el claxon.
Se llevó las manos a los oídos. Algo caliente empapó sus dedos: sangre. Se tapó las orejas creyendo así cortar la hemorragia. Y notó algo extraño, un tallo emergente, aún recién nacido.
Pasaron los días y James se levantó otra vez a las 6. Fue hacia la ducha como un autómata, se desnudó con parsimonia y torpeza. Introdujo un pie en la ducha; después el otro. Aún con los ojos legañosos, giró el grifo del agua. Verió unas gotas sobre un frasco. Y de este modo, gota por gota, comenzó a regar las dos rosas que habían nacido en sus orejas.

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